Hace cincuenta años viajé en el tren bala de Tokio, y ahora me da miedo subir a este regional, pensó la nonagenaria antes de acceder al vagón. Echó el pie inseguro al escalón y justo en ese momento, una joven acudió en su ayuda y la impulsó para que subiera. Después la llevó a su asiento, durante el viaje le recogió las gafas que cayeron al suelo y antes de llegar al destino, la acompañó a los lavabos agarrada de un brazo.
Cuando bajaron del convoy la anciana le dio mil veces las gracias.
- Muchísimas gracias, joven, eres el ángel del tren.
- No hay de qué señora, yo también fui vieja.
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