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miércoles, 4 de febrero de 2015

La madurez

Don Mariano ya es viejo, si no, no lo llamarían de don. Ha echado una enorme barriga y camina como un pingüino gigante, dando zancadas laterales, porque las prótesis de las caderas se le están quedando oxidadas, dice. Don Mariano lee mucho. El periódico, todos los días. Libros, más que ninguno de los otros viejos del pueblo. Es un hombre afable y no está deprimido, como suelen estar los de su quinta. Se sienta por las mañanas en el balcón de la residencia y desde allí, al sol, contempla a los niños mientras juegan en el parque. Hay uno, rubio y orejudo, que manda sobre los demás y decide siempre qué se debe hacer, con qué y contra quién. Don Mariano sale al balcón, observa a los niños y lee el periódico. De vez en cuando algún otro abuelo sale para charlar con él. Discuten sobre política, sobre religión y, a veces, hasta sobre la guerra. Después Don Mariano se queda solo y contempla, y lee y reflexiona. Cada día duda más de cada cosa. Debe de ser que por fin ha madurado, piensa.




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