«Doctor, de verdad, últimamente me pasan por la cabeza cosas terribles y violentas: tiroteos, asesinatos, canibalismo, cacerías animales. Si la abre, doctor, pueden ocurrir desgracias.»
Me tumbé en aquella camilla vieja y destartalada. La enfermera me sonreía dulcemente desde el techo, «cuenta», dijo con voz cariñosa, y me colocó sobre la cara un trapo amarillento que apestaba a lejía. Conté hasta quedarme dormida.
Cuando desperté, sentí un dolor de cabeza intenso. Me retiré el trapo de la cara y me senté al borde de la camilla, los pies colgando. No me atreví a tocarme la frente. Temerosa contemplé la escena, que me resultó familiar. El quirófano estaba hecho un desastre. La enfermera, se desangraba por el cuello tirada en el suelo, algo le había arrancado la yugular. Volví mi cabeza perforada hacia una de las esquinas del cuarto, el león de la noche anterior devoraba al médico con parsimonia. «Se lo dije, doctor.»
Andrea Costantini |
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