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lunes, 11 de julio de 2011

A la fuente, a por Internet

Soy de un pueblo bonito y famoso: Fago. Allí he hecho todo por primera vez, y sigo haciéndolo, pues este verano ha sido el primero que me he atrevido a coger un coche y lo hice sólo para subir hasta allí, yo solita, porque no me quedaba más remedio. Y esto es un mérito, porque no veas cómo son las carreteras, las mismas que hace cuarenta años. Pero hay otras cosas que sí han cambiado. De pequeña iba a la fuente a por agua, una preciosa, de piedra y junto al no menos pintoresco lavadero. La abuela te encasquetaba dos garrafas más grandes que una misma y te mandaba a por agua, aquello era un acontecimiento social como el de ir a misa o tomar el vermut en el bar. 

Ahora, con la modernidad, resulta que el agua de la fuente es la misma que la del grifo, por ello sólo queda algún romántico (o tonto o turista) que todavía va a por agua a la fuente, que se encuentra junto al ayuntamiento. Sin embargo no se ha quedado solitario el puente que hay que cruzar para llegar al conglomerado fuente-lavadero-ayuntamiento, sino que se produce un goteo continuo de personas que ya no con garrafas o botijos, sino con ordenadores, atraviesan el puente en busca de la wifi del consistorio: jubiletas con ansia de cerrar la bercha digital, adolescentes enamorados, trabajadores que el viernes pensamos 'ya lo mandaré desde el pueblo con la wifi del ayuntamiento', todos cruzamos alguna vez a lo largo del fin de semana sobre el río para ir a la fuente a por Internet. 

Lo del centro es Fago, no he encontrado a mano una foto del puente, pero prometo subirla la semana que viene.

3 comentarios:

  1. Para que veas que el progreso no acaba con las bucólicas estampas rurales. Eso, y que tu lo sabes contar muy bien, Ester.

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  2. me acabo de dar cuenta de que quiero que me lleves, pero pronto, en cuanto vuelva, a Fago, con ese tu coche de marchas automáticas.

    besicos cielo.

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  3. Bueno, pues eso también tiene su poética, y es una preciosa imagen, la de la gente que se siente en el sitio donde hay wi-fi. Esa es la poesía del siglo XXI.

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