Todavía no vivimos juntos y ya hemos tenido la conversación doméstica más rara que tendremos nunca. En la casa del pueblo que queremos rehabilitar, una que ha pertenecido siempre a mi familia, ha aparecido una granada. No el fruto, no, sino una granada de las de anilla. La guardaba mi tío abuelo encima del armario de la cocina, pegadita a donde se encuentra la estufa de hierro fundido. Es más grande que mi puño, gris y metálica. Cuando Pablo la descubrió, echó la mano sobre ella con ese instintivo y curioso entusiasmo que tiene y al mismo tiempo se dijo a sí mismo en voz alta: "Yo no la cogería". Decidimos no tocarla y esa noche debatimos qué hacer con ella. Él opina que hay que llamar a la Guardia Civil porque no sabemos si está todavía activa ni cuanto tiempo lleva allí, puede que casi sesenta años. Pero yo le digo que eso de que la benemérita venga a tu casa en un pueblo no pasa desapercibido y que si mi tío se entera de que se han llevado la granada o cualquier otra cosa de la casa sin preguntarle, maldecirá con esa mala leche montañesa que lo caracteriza a él y a todos los oriundos del valle. Mejor, iremos a verle a la residencia, a ver si recuerda por qué está la granada allí y luego, ya veremos lo que hacemos con el juguetito.
| Parte trasera de la casa Fanal y su jardincito. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario